La florecilla

El prado de Proserpina



Tengo una verdad escondida
que aún no es real ni es fingida. 
Tengo un secreto en busca de aire
y un suspiro tengo que no quiere nadie.


Joint Photographic Expert Groups

Si tú supieras, 
naciente florecilla,
que nadie te mira...

Si tú supieras, llanto que
 enamorando das la vida,
que nadie por ti suspira
ni a tus breves plantas da 
de beber...

Si tú supieras mi secreto,
dulce cielo, dulce doncel,
verías cierto el misterio
del tornar púrpura del firmamento
al anochecer.


Poema publicado en la V Antología Poesía libre de Libros Mablaz

Afluentes

El prado de Proserpina



Cada vez que se ahoga un segundo
 en el mismo aroma de su ausencia,
 nace, como nace cada mañana el mundo,
venga o no venga pegadito a tu presencia...

Agniezska Lorek


Y cada vez que te vas... ya has vuelto, 
porque nunca de mi mente tu mente se despega,
enredados como estamos tal que dos ríos
 convergiendo en uno sólo sus esencias...

Cada día que pasa es un día más que nuestra piel endurece, reverdeciendo en inocente galope nuestras almas, saltarinas presas... 

Y el tiempo se contempla a sí mismo en este nuestro hueco, aunque el mundo pase raudo y nos rebasen tangentes los salvajes desastres y dulcemente nos alumbren  las albas tiernas. 

Y ahí está, conmovido el pétreo latir de los segundos, que en lo más tierno se detuvo como lienzo vivo, y quieto queda por siempre hasta que el reloj del viento me lleve o de muerte blanda a ti te hiera...

Entonces, y sólo entonces el precipitar suicida de la lluvia se asemejaría a la arena de un reloj pendenciero, que sin motivo se traga al justo y al injusto, al dichoso y al miserable, junto con el señor del cortijo y su labriego mientras le sirviera.
Sólo entonces tú y yo destilaremos nuestras fraguadas aguas, para unirlas a los torrentes del cielo, del olvido y de la apaciguada indiferencia.

Córdoba

El prado de Proserpina



Córdoba se despierta.
 Mayo amanece sobre el violeta y el amarillo
 de la campiña ondulada,
y los azahares que desde allí se desprenden 
yo los llevo como estoques,
 clavaditos al alma.


Me deslumbras, Córdoba
 inclino la vista
 y con las manos me protejo los ojos,
 celosías enrejadas que no tamizan
 tanta blancura pura y mansa...

Córdoba me hiere el alma
que sangra y sangra 
la sangre del feto
que nace fuerte respirando albas

Aires densos de flores, 
olivos borrachos de flamas,
lunas amantes de ríos
y toros enamorados que
quisieran besarlas.

Córdoba que son ciento,
 Córdoba que son nada, 
tierra de ensueños imposibles,
sueño posible que sabe a jara.

Y cruz eres de pétalos escogidos
Cruz de piedras grises y lloradas,
de medias lunas y de leyendas escondidas
tras cóncavas esquinas columnadas.

Córdoba, tú que inauguras todas mis primaveras,
toma mis manos abiertas 
y descifra el batir de mis sorprendidas pestañas!!!
 Tú, madre mía, que por la pasarela del cielo 
te paseas sola y lejana...

Córdoba, 
con el alminar de la alta torre, 
caza este beso al aire...
Tú que inauguras mis días y mis noches, 
y mis sueños cuajados de todos los misterios 
que pudiera haber escondidos tras tus ojos negros,
 tu corcel de fuego y tu negra capa.


El nido

El prado de Proserpina



Un corazón dividido 
impulsa hoy mi sangre,
ora torrente circundante,
o negra laguna de olvido.

Stefan Guesell


Sobre la lontananza va
mi dulce fruto ya huido,
mas ni nos separa el vil ruido
ni su recuerdo partirá.

Ciudades ni mares borrar podrán
de esta gema su talla de amor,
recuerdo, sombra, aroma ni rumor
pirograbados en fragua impar

Partieron lejos los hijos
mas se fundió su eco al hablar
sobre mis sienes que volar 
supieron sobre acertijos. 

Adiós a la marcha y su a mito.
Adiós, al adiós sin más,
que los amores viajar no pueden
lejos del cálido nido,
y que si ciertos fueren
 a alejarse no alcanzan
 jamás.

Perros aulladores

El prado de Proserpina



Me engañó la luz de la luna llena,
 pareciérame tan cierta y tan bella... 
 la luna redonda se me simuló
 buena...

Mas mintió la luna, pues no era más cosa que el reflejo de mi deseo, el eco de algún invento, la imagen maquillada de cualquier alta novela.


Stefan Gesell

La luna llena me mintió todo este tiempo, pues nada hay tras de su esbeltez redonda y secreta, artificio vacío y brillante, capricho de los dioses cuando sin más quehacer por los hombres, tal que seres divinos y desocupados, la bordaron primorosos sobre el poderoso tapiz cielo... pareciéndose en este particular entretenimiento a un cónclave disciplinado de insumisos dioses bellos. 
Así fue que fueron ellos quienes pulieron su nacarado brillo tal como se artificia la figura y se escribe la leyenda que ha de acompañar a una princesa mora, a esa que mora pegadita a mi amado puente de los veinte siglos.
Y magnética fue su presencia desde el primer momento hasta el último suspiro, susurrando inacabales versos y oscuros cuentos; invenciones todas de locos borrachos, de perros aulladores, de mujeres de parto y poetas banales; quienes llegado el día del saber, prefieren mirar el mundo del revés antes que descubrirse engañados.
Y de esta manera es que los dementes gustan de mirar empecinados su figura reflejada en la brillantez de los charcos, ya enamorados por siempre de su hermosa falsedad y embriagados de los aromas nocturnos, propios de la cohorte de tan fingida dama. Allá ellos se lamentan subidos sobre la barita de su embrujo, como si fueran funámbulos sin red que ya nunca podrán dormir en paz la negra noche del mundo. 

Conciliación

El prado de Proserpina


Hoy me levanté insumisa,
 y como la voz del mudo, 
grito por mi paz,
 atizada por el hierro de avivar
 y alumbrada por la ira.


Stefan Gesell

Y es que las mudas voces del mundo nunca oírse pueden, ahogadas bajo el descomunal peso de la justa injusticia, desterradas de sus camas y repudiadas de sus casas, buceando ahora los indignos arrabales tras las murallas de la vida. 

 Y es que son los vivos
 sin derecho a la vida,
 los que respiran sin permiso...
 ánimas que se esconden
 bajo las losas del mundo 
por no ser vistas ni oídas.

Por eso hoy mi voz es suya y clama por la injusticia que desde la comodidad de mi hogar no sienten mis huesos ni mi boca respira.

Hablen pues los mudos y cuenten cómo se les despojara del modesto vestido del derecho a la vida, sin más razones ni rezos, sin más piedad que la de los fríos dineros, que alimentan la beligerante fragua de la ira. 

Ahora, bajo el nivel de la fosa que se vieron obligados a cavar por las noches y a escondidas, lloran silenciosos los lamentos de las ánimas, y aunque vivos aun aguardan el fin de tal desigualdad, que tendrá lugar en el instante en que quienes les repudian
 y ellos mismos, sean reducidos
 a las conciliadoras y homogéneas 
cenizas.