El prado de Proserpina
Córdoba se despierta.
Mayo amanece sobre el violeta y el amarillo
de la campiña ondulada,
y los azahares que desde allí se desprenden
yo los llevo como estoques,
clavaditos al alma.
Me deslumbras, Córdoba
inclino la vista
y con las manos me protejo los ojos,
celosías enrejadas que no tamizan
tanta blancura pura y mansa...
Córdoba me hiere el alma
que sangra y sangra
la sangre del feto
que nace fuerte respirando albas
Aires densos de flores,
olivos borrachos de flamas,
lunas amantes de ríos
y toros enamorados que
quisieran besarlas.
Córdoba que son ciento,
Córdoba que son nada,
tierra de ensueños imposibles,
sueño posible que sabe a jara.
Y cruz eres de pétalos escogidos
Cruz de piedras grises y lloradas,
de medias lunas y de leyendas escondidas
tras cóncavas esquinas columnadas.
Córdoba, tú que inauguras todas mis primaveras,
toma mis manos abiertas
y descifra el batir de mis sorprendidas pestañas!!!
Tú, madre mía, que por la pasarela del cielo
te paseas sola y lejana...
Córdoba,
con el alminar de la alta torre,
caza este beso al aire...
Tú que inauguras mis días y mis noches,
y mis sueños cuajados de todos los misterios
que pudiera haber escondidos tras tus ojos negros,
tu corcel de fuego y tu negra capa.
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