Perros aulladores

El prado de Proserpina



Me engañó la luz de la luna llena,
 pareciérame tan cierta y tan bella... 
 la luna redonda se me simuló
 buena...

Mas mintió la luna, pues no era más cosa que el reflejo de mi deseo, el eco de algún invento, la imagen maquillada de cualquier alta novela.


Stefan Gesell

La luna llena me mintió todo este tiempo, pues nada hay tras de su esbeltez redonda y secreta, artificio vacío y brillante, capricho de los dioses cuando sin más quehacer por los hombres, tal que seres divinos y desocupados, la bordaron primorosos sobre el poderoso tapiz cielo... pareciéndose en este particular entretenimiento a un cónclave disciplinado de insumisos dioses bellos. 
Así fue que fueron ellos quienes pulieron su nacarado brillo tal como se artificia la figura y se escribe la leyenda que ha de acompañar a una princesa mora, a esa que mora pegadita a mi amado puente de los veinte siglos.
Y magnética fue su presencia desde el primer momento hasta el último suspiro, susurrando inacabales versos y oscuros cuentos; invenciones todas de locos borrachos, de perros aulladores, de mujeres de parto y poetas banales; quienes llegado el día del saber, prefieren mirar el mundo del revés antes que descubrirse engañados.
Y de esta manera es que los dementes gustan de mirar empecinados su figura reflejada en la brillantez de los charcos, ya enamorados por siempre de su hermosa falsedad y embriagados de los aromas nocturnos, propios de la cohorte de tan fingida dama. Allá ellos se lamentan subidos sobre la barita de su embrujo, como si fueran funámbulos sin red que ya nunca podrán dormir en paz la negra noche del mundo. 

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