Donde viven los sueños

Por la baranda del cielo


Tímidamente me asomo al aire libre que huele a viento,
que huele a viento...
 y te desdibujas y me desdibujo 
en el cálido abrazo del sol intenso.

 Al sur del sur me miras, 
al sur del sur te siento...

Las lomas se arrullan en el monte, 
tus besos delimitan mi cielo. 

 Al sur del sur estás tú, vida,
 allí viven mis sueños.


© Glen Preece


Tímidamente te asomas al aire libre que huele a viento,
y me dibujo y me desdibujo en tus pensamientos,
 delimito mis bordes en el lienzo de tus esperanzas, 
que es de aire, y que el mismo aire diluye en la calma
 y el silencio...

Por momentos nazco y quiero, 
por momentos soy y no soy, 
disolviendo mi propia imagen 
sobre la imagen que me devuelve el café
que sabe a azúcar y huele a verso.

Y mira cómo las onduladas lomas
 se arrullan allá en el monte eterno, 
con sus tonos que al atardecer
son tan cálidos y tiernos...

Y mira cómo son tus besos 
los que delimitan mi cielo, 
y es porque al sur del sur
 está la vida, mi amor...
aquí viven los sueños.

Presentaciones de "El prado de Proserpina"

El prado de Proserpina









PRESENTACIÓN DE
 "EL PRADO DE PROSERPINA"




Bueno, estaba muy indecisa pero al fin, el viernes pasado (23/6), la increíble Matilde Díaz y yo presentamos "El prado de Proserpina" en el maravilloso y aun más "embrujado" que de costumbre Cortijo de Miraflores de Marbella.

Foto: LV Mon Producciones

Esta ha sido una presentación distinta y maravillosa donde me he sentido arropada, querida, valorada,  apreciada y casi abrumada por un montón de atenciones que no podía haber imaginado. 

¡Ha sido un gran día, de eso no cabe la menor duda!




Los días previos hubo que hacer varias entrevistas en radio y televisión de las que dejo muestra bajo este post, además de haber tenido mucho estrés por las ocupaciones extras que suelen surgir cuando menos se las espera; pero ese día me di cuenta de la cantidad y la calidad de amigos que tengo y de la cantidad y calidad de amigos del arte que quisieron colaborar promocionando y engrandeciendo este acto de la forma más generosa y desinteresada.

Gracias a la incombustible Matilde Díaz, integrante del grupo de escritores "Territorio de escritores",  que siempre ha presentado mis publicaciones, y además, gracias a Mari Paz, que casi sin conocerme arrimó el hombro por causa ajena y puso en marcha sus contactos en Marbella. Gracias a Miguel Rodriguez, LV Mon Producciones, mi querida Rina y tantos otros que hicieron posible que la magia de la noche de San juan se adelantase unas horas para conseguirnos una mágica tarde de San Juan...





La estupenda escritora de cuentos infantiles tales como "La estrellita viajera" Josefina Arias González, recitó magistralmente varios de los poemas de "El prado de Proserpina". Ardo en deseos de conocer más y mejor su obra, después de haber comprobado en persona, la dulzura, inteligencia y generosidad de una mujer que sólo escribe para fines benéficos.




Mati sigue creciendo tras varias presentaciones y su control a los mandos del evento fue impresionante. Se encargó de decorar, presentar y departir con la misma tranquilidad que si estuviera tomando el café de la mañana con sus hijas.



Miguel Rodriguez (Miguelón) fue unos de los impulsores de la maquinaria de promoción y también recitó varios poemas























María José García Ripoll me obsequió con su libro de cuentos dedicado: "Zapatos Rotos", lectura que me tiene entusiasmada estas ultimas noches.
¡Gracias, María José! Ojalá un día yo pueda ser tan grande como tú...






A Alberto Colonna por su estupendo prólogo, a Mirta y demás amigos ausentes y presentes, pintores, poetas-escritores, mecenas y cámara...



¡GRACIAS A TODOS!


Para comprar el libro, pincha la imagen



Y aquí os dejo algunas de las entrevistas previas de las que pude conseguir copia:





















El viento

El prado de Proserpina


Tengo las manos atadas, 
no puedo volar...
lo intento y lo intento
mas no consigo soñar; 
y es que mis alas trabadas
 las anudó el viento,
bandido viejo que borda
 caminos nuevos
 al pasar...

Agnieszka Lorek


Y un velo negro color noche cerrada, dice adiós al día y me envuelve solícito en la penumbra del que ya no pretende nada; de quien ni aún desea levantar sus ojos del suelo...

No sé vivir,
 ya no sé vivir sin la mirada ilusionada de tus pupilas
No sé reinar,
no sé llorar...
 porque olvido que te tengo que olvidar
y perdura en mi pensamiento atascada
 aquella lágrima que de tus ojos raptó el viento
 al pasar.


El vaivén

Por la baranda del cielo...



Si, la vida es u vaivén, 
dulce y amargo corcel
 que al cielo me sube 
de un brinco, y que del cielo
 mismo me que deja caer.

Slava Groshev

Amarga y dulce hiel,
que de luna menguante es la cuna
 o de crecida y redonda, carrusel...

Payaso que no necesita niños es,
 y barca endeble que el viento no ansía,
 que ni remo ni vela precisa
 para los mares del limbo beber.

Mas sí que una risa chica encienda
la vela que en cielo luce
 apagada y fría cada amanecer.

Los ojos verdes del destino

El prado de Proserpina





¿Y qué si hoy hablasen 
las legiones de enmudecidos?
 ¿Si sus voces atronasen ahora
 de los santos hipócritas los oídos?
 ¿Si sus lágrimas inundasen
 nuestros campos de verde trigo,
 y nuestras copas se colmasen
 de dolor cautivo...?

Stefan Gesell

¿Si de repente y sin saber cómo,
 fuesen sus manos hoy
las que condujesen el sino, 
y ahora fuesen sus selladas voluntades
 las que adorase el destino?

¿Qué sucedería si sus igualdades trabadas
 por la soga ciega de la justicia 
se irguiesen sobre reyes, y poderosos, 
y sobre cada piedra del camino...?

¿Sería el mundo por fin un lugar justo?
¿Quizá ya al fin, por hacer justicia
 la injusticia de disolviera...?
 ¿O acaso la ira de la venganza 
viniera airada a ocupar su sitio?

¿Y es que no habrá en el mundo
 una generosa gota de conciencia 
que endulce el recorrido,
  capaz de enjugar los ojos ciegos
 de este errante destino?

Árboles verdes, 
verdes trinos,
esperanza endeble
y camino...


Andalucía

Por la baranda del cielo




Hay un horizonte amarillo y violeta, azul...
 blanco y rojo y...
Hay un horizonte que 
besa el agua allá a lo lejos, 
sobre el mar recién nacido del sur...

Está el horizonte mutando instante a instante sus colores para que no se los roben ni se los copien los iris sorprendidos de los ángeles. Está el horizonte lamiendo el agua de la mañana, bebiendo una a una las olas apaciguadas que se dejan mansas sorber por las luces del amanecer andaluz, cuando regresa justito a la hora del alba...

Las sombras se despejan y los sueños melancólicos del poeta se hicieron versos perfumados de nácar y alma nueva. Y los besos del cielo sobre la boca del agua entreabierta, se hicieron versos blancos que manaron como brotes del recuerdo de la noche negra y del agua clara. 
El agua marina reverbera y se deja...


Noveland Sayson

Blancos y negros se hicieron saltos imposibles
 sobre los aromas del despertar de la flores yermas
 y los negros y los blancos se hicieron ferias...

Andalucía se despierta sobre las piedras y los hombres esforzados, 
sobre las mujeres que son madres,
 y los hijos que se desperezan...

Andalucía es la bruja que transmuta sus hondos dolores en versos irisados que disfruta y que tensa, ella rasga la cuerda de las almas y baila de los lamentos más profundos sus promesas...

Andalucía es la niña chica 
que cada mañana nace,
 y que nace a cada momento,
llorando su cíclico nacimiento
con lágrimas ya usadas,
 sobre su cuna vieja.

Feria de alba blanca 
eres mi niña, 
y fiesta de flores eres,
 mi cielo...
 a tumba abierta.

Por la baranda del cielo

Por la baranda del cielo

LA MUERTE HACE PRISIONEROS


Saleru


Recuerdo que la noche anterior mi madre me había llevado a verlo como siempre, o más bien, habíamos estado allí para ayudar a mi abuela. El abuelo estaba moribundo y desde mi pequeñez podía verlo. Aquella vez me llamó a su lado. El cuarto era pequeño y oscuro, no había más luz que la que entraba por la puerta entreabierta. Extendió su mano temblorosa y enorme hacia mí, y yo le ofrecí la mía. Olía raro. Aquellas manos suyas eran como mapas de un país fantástico y desconocido, enormes y abrazadoras y abrazando la mía me habló, forzando un tono natural y poco convincente hasta para mi corto entendimiento: “ya estás preparada para tocar donde quieras”. Y yo le creí porque su palabra era ley.

El abuelo había estado enseñándome a tocar la bandurria. Su figura, su persona y su presencia habían sido para mí el non plus, la perfección, el honor, la sabiduría del que contiene una enorme fuerza; el mimo, el cariño y la predilección. Según sabía, él, además de otro de los fugitivos perseguidos de la guerra que acabaron injustamente encerrados en campos de concentración,  había sido un virtuoso de la guitarra, la bandurria y el laúd, entre otras muchas cosas importantes...Y yo sólo era la insignificante, torpe y enfermiza nieta más pequeña; pero me adoraba entre todos los demás. El abuelo pasaba largos ratos confiando, sólo a mí, sus historias y sus tesoros escondidos… su arte, y al dejarme estar junto a él, me hacía sentir el privilegio de una atención que negaba a otros. 

Al día siguiente nos llegó a casa bien temprano la noticia de su muerte. Mi madre gimió por sólo un momento. Se lo había llevado furtiva la noche como a tantos otros moribundos, sin más esperanza que el descanso del dolor y el olvido. Papá la abrazó suave pero sostenido durante largo rato, así como abraza la cálida tarde a la mañana fría. 
La casa de la abuela, sola la noche pasada, estaba ahora llena de gente. Mi madre iba de un lado a otro ajetreada con los preparativos del entierro y un pañuelo que usaba a cada momento. Mi abuela, a su zaga... Parecía un día de fiesta sin sonrisas y sin lágrimas.
La cama que el abuelo ocupaba hacía sólo unas horas estaba desnuda, vacía y sola. Le busqué, quería verlo, pero su enorme y grave existencia de dos metros y tres centímetros, cabeza roja, manos grandes y ojos azules, ya no inundaría nunca más aquella misteriosa casa junto a la muralla árabe de la calle Postrera…

Postrera…Cuando recuerdo ese momento tras tantos años, ya inmersa en el desconcierto del conocimiento y la reflexiva madurez, me parece todo tan premonitorio…

Sólo era una niña y aquellos apenas ocho años no comprendían demasiado bien qué había sido de sus manos abrazadoras y su mirada fría y buena de dolorido gigante azul.
Las lágrimas no manaron y entonces supe que por muy larga y oscura que fuera mi vida, jamás llegarían a hacerlo. Necesitaba verlo de nuevo, pero en mi inocencia creí que la muerte no hacía prisioneros.

En la iglesia mi abuela María no estaba bien.

_ Llevaosla a casa_ dijo mi madre a mi hermana. Las dos buscamos cautelosa y dulcemente las manos de mi pobre abuela y la condujimos fuera del templo, como si de una vasija de cristal agrietado se tratase. La cigüeña nos miraba desde su nido no demasiado alto sin importarle nada más allá de sus idolatrados huevos. 
La abuela no dijo nada y se dejó hacer, estaba ausente.
Al llegar a la puerta de aquella casa llena de recuerdos aún calientes, mi hermana, que era tres años mayor y llevaba las riendas también en aquellos momentos, pidió a la abuela que sacara la llave, pero ella no la llevaba encima… y con un chirriante tono tranquilo y desenfadado, llamó con la mano abierta: _ ¡Luis, abre que ya acabó la misa…!
Mi hermana y yo nos miramos mientras nuestros cerebros paralelos, disparejos y distantes hacían conjeturas en silencio.

Su mente se había estancado, el sufrimiento y el pasado habían inundado su presente. Ahora puedo verlo, entonces apenas vi nada y sólo pude mirarla insistente sin comprender dónde se había quedado su ser… ¿Acaso ella, quien tanto lo había amado, había tomado la decisión de acompañarle en su último viaje dejando entre nosotros tan sólo la cáscara vacía de un cuerpo demente…? 

Me esforcé por hacerla regresar a la realidad, le expliqué lo que había pasado una y otra vez casi al ritmo machacón del reloj de pared que nos miraba como ahorcado quejumbroso. Sus manos eran finas y blancas, y su piel era suave a pesar de los muchos años; su presencia, silenciosa y dulce. Mi hermana esperaba que me cansara de insistir y nos observaba con los brazos cruzados y una pierna adelantada sobre la otra.

 Sabía que era inútil, pero siempre fue fría.

Ella, la abuela María, la hermosa y aristocrática señorita de buena familia, había abandonado su fortuna, su herencia, su familia; vendido sus joyas, soportado las vejaciones y sufrimientos propios de la esposa de un fugitivo perseguido con incansable saña y ahínco durante años por el ejército nacional, y al fin preso… Ella, que lo amaba por encima de sí misma y del resto de la creación, había hilado quién sabe qué oscura tela de araña para comprar la libertar de su esposo al cabo de tantos años de sufrimiento y cautiverio… Fue excepcionalmente liberado años después del final de la guerra, perdida ya la juventud y las fuerzas tras toda una vida robada a mano armada. Ella lo amó toda su vida con ese amor grande, sincero y como luego supe, nunca correspondido.

Tocar la bandurria me inspiraba… Sabía que él me abrazaba con sus enormes manos blancas cuando lo hacía, y que ese cielo del que hablaba el catecismo, tenía, como decía la canción que me cantaba mi madre cuando me ponía enferma, una baranda para que mi abuelo, asomado a ella, pudiera escucharme y juzgarme, igual que lo hiciera desde su cama, ahogado en los estertores de la cirrosis que al fin se lo había llevado.

Al tocar aquellas canciones que él me había enseñado, podía sentir su mirada sobre mis manos inexpertas, y podía notar sus leves ademanes de enojo al equivocarme. ¡Otra vez! 

Adopté sus gestos y los hice míos: su nombre, su pasado trasgresor y tortuoso… Adopté para siempre su muerte como pérdida de una parte de mi vida. Hice mío su dolor con el honor y la honra de su mirada altiva.

Y ese fue el día en que supe que la muerte es buena y justa cuando la muerte sabe acabar con el dolor. Aprendí que la buena muerte es parte de la vida buena; la que no la teme, la que perpetúa de amor el amor bueno o malo de los que, al otro lado quizá impacientes, quizá pacientes, asomados a la baranda de un cielo inventado, nos esperan. 
Cada vez que vuelve a mí su nombre y rememoro la estampa de la abuela María, que sufrió secuestrada en vida por un amor errado, reconozco al fin que la muerte sí sabe hacer prisioneros.